
LA HABANA (Granma).- El asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral en Guatemala, el último sábado mientras se dirigía al aeropuerto para viajar a Nicaragua, abrió una terrible interrogación: ¿la violencia y el crimen organizado podrán vencer a la razón y la poesía?
Se sabe, de acuerdo a las investigaciones preliminares de las autoridades guatemaltecas, que el objetivo del atentado no era en primera instancia Cabral, sino el conductor del vehículo, el nicaragüense Henry Fariñas, empresario de la industria de los espectáculos, promotor de la gira por Centroamérica del autor de No soy de aquí ni soy de allá.
Pero a todas luces no fue un hecho fortuito, sino un acto deliberado. La utilización de fusiles de asalto y las características de la emboscada permiten asegurar la existencia de una premeditación criminal. Es casi imposible que los sicarios ignorasen la presencia del artista en el auto.
Cabral (La Plata, 1937) fue un caso singularísimo en la nueva canción latinoamericana. Un verdadero outsider. Hacia el 2007 se describió a sí mismo con mordaz crudeza: "Fue mudo hasta los 9 años, analfabeto hasta los 14, enviudó trágicamente a los 40, y conoció a su padre a los 46. El más pagano de los predicadores cumple 70 años y repasa su vida en la habitación de un hotel que escogió como última morada". En los últimos meses, una larga dolencia de la vista lo dejó prácticamente ciego.
Su música guardaba una relación cercana a la veta folclórica de su país, aunque en ocasiones afloraron influencias de la balada pop y hasta de la movida rockera. A fin de cuentas, la música fue para él un vehículo para la exposición de una ideología en la que el sentido de la justicia y la defensa de los principios humanistas corrían a la par de una perspectiva social anarquista y un misticismo explícito.
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