POR:ODALÍS BÁEZ y RAFAEL FRANCO---
Recientemente
acorralado por la miseria, una familia en el poblado haitiano de
Anse-Au-Pitres próximo a Pedernales, vio morir calcinado por un fuego, a su
hijo menor de dos años y seis meses, luego que la madre de éste tenía encendida
una vela, la que usaba para alumbrar el espacio en medio de la oscuridad, allí vendía
gasolina para poder comer.

Este caso, como
otros que han ocurrido en la frontera son sinónimos de pobrezas, se registran
porque la vulnerabilidad en que viven familias de ambos lados de la Isla, no le
permite más que tratar de vivir de lo que este a su alcance.
En los bosques de Pedernales
y Haití, la quema de carbón vegetal es casi obligada en las familias de escasos recursos de ambos lugares, los cuales ejercen ese trabajo, que al parecer es digno, pero que es perseguido por el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, institución que ha procedido
a destruir hornos de carbón, que con muchos sacrificios realizan los padres de familias para tratar de escapar del hambre y la miseria que padecen, sin que nadie
meta sus manos para ayudarles.
A toda esta intención
de buscar la comida de las familias, muchos han caído presos al ser sorprendidos
con pequeñas porciones de drogas que son traídas desde Haití y que muchas veces son obtenidas por el cambio
de objetos robados en territorio dominicanos, donde las quejas de los afectados cada días se triplican.
La razón de este
artículo busca poner en la conciencia de representantes de organizaciones no
gubernamentales de las llamadas ONG y del Estado de ambos lados, de que la educación y la creación
de fuentes de ingresos, deben ser la espina dorsal, para que se tome conciencia
de lo que debe ser en un futuro nuestros recursos naturales. Por otro lado, poner freno a la introducción
de estupefacientes en ambos territorios y evitar los daños sociales que eso produce cuando no actuamos a tiempo.
Opiniones diversas, recogidas entre personas sensatas de ambos poblados, manifiestan sentirse preocupados por este auge, dicen que las autoridades deben elaborar un programa de educación y prevención que tienda a crear conciencia a las familias para poder enarbolar el estandarte de las buenas costumbres que deben ser el eje central de toda sociedad, evitando así el asedio y persecución de quienes se den a la práctica de esta contaminada tarea, la cual mantiene a los pueblos desconfiados y agitados en todo momento.
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